Érase una vez, en una Residencia cualquiera, una simpática anciana llamada Sonia que ya estaba muy deteriorada físicamente y a nivel cognitivo. Todos los días era transportada en su silla de ruedas, sonriendo a ambos lados, saludando a todos los que se encontraba, hasta llegar a la sala de Fisioterapia donde su "amado" Migue le estaba esperando para darle su tratamiento, acompañarle para trabajar la marcha, ponerle a mover las poleas, levantarse de la silla agarrándose en la espaldera, etc.
Pero Sonia tenía un hábito común en residentes con su perfil: la agitación que le llevaba a estar quitándose la ropa, sobre todo los zapatos. Se descalzaba constantemente, hasta el punto en que un día se topó con la Sita Psico y le dijo "Sonia, no pierdas los zapatos, que eso era en el cuento de la Cenicienta". Sonia se rió mucho, pero siguió perdiendo sus zapatos por los pasillos.
Entonces se ocurrió la brillante idea de que Migue, como el príncipe del cuento, calzara a Sonia y le diera un beso en la mano. Desde entonces, perdía igualmente los zapatos, pero seguía siendo muy simpática y aceptó muy bien la broma.
Ojo, hay que tener cuidado con las bromas, que no ofendan a la persona. Pero Sonia parecía encantada con la historia. Y hubo que repetir varias veces con fanfarria incluida que viniese Migue a ponerle el zapato.