sábado, 13 de diciembre de 2008

Dedicado a mis compañeros (1): "Tú no eres el médico"

Ser un gran profesional de la medicina y a la vez no llegar a la treintena es muy positivo, porque indica que se tiene un gran camino por delante. Sin embargo, entre mayores y con sus esquemas prefijados suele ser más bien una desventaja.

Uno de los médicos de guardia de la Resi es muy joven, pero no por ello inexperto, sino todo lo contrario. Además, es de un trato personal muy cálido y cercano, pero a la vez respetuoso. Aunque tampoco quita para que entre compañeros sea una persona bromista, simpática y siempre dispuesta a animar a todos.

Pero cuando llegan los mayores... se imaginan al médico como "señor con barbas" o "que ya peina canas". Concretamente una de las residentes, Leticia, con deterioro cognitivo que no funcional, delirios, amnesia retrógrada (dice que tiene unos cuarenta años cuando son más de 90), tiene más de un encontronazo con este compañero.

Leticia se pasa el día sentada frente a la enfermería, y cuando tiene algún problema no tiene reparos en entrar. Siempre entra preguntando por el médico, y cuando ve un "señor con barba y bata blanca" queda satisfecha, pero si es joven... le dice "tú no eres el médico, tú eres el ayudante". Si se le replica que no, que es el médico, ella sigue en sus trece "que no, que tú eres muy joven para haber acabado ya la carrera". Y sigue que no quiere que le atienda, que es muy joven, que le está engañando y entre esas se marcha de la enfermería corriendo, frustrada por no haber atendido su demanda. Lo peor es que Leticia sale muy enojada diciendo que no hay médico, que está la enfermería vacía; pero es más duro que los demás residentes se lo creen y empiezan a envenenarse ellos solos pensando que no les atienden.

Ayyy!! Habrá que seguir convenciéndoles que no es lo que parece!! Y que la juventud no está reñido con la profesionalidad.

Un abrazo para mi compañero, el más joven de los médicos de la Resi, que sí que es el médico, que le creemos firmemente porque así nos lo ha demostrado con su buen hacer.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Me atacó el geronto-virus

Sí sí, gracias a mis "Pozos" y a sus virus, me contagié el martes y pasé la noche con 38.5º de fiebre, vomitando y con diarrea. Fui al día siguiente al médico y me dioj que era un virus y que tres días en casa. Total, que se me ha juntado con el puente toda la convalencencia, y estoy todavía agotada.

Menos mal que mi mamá me mima a pesar de mi treintena ya sobrepasada y estuvo a mi lado el miércoles, cuando no podía yo ni levantarme de la cama. Menos mal que tengo un médico muy comprensivo al igual que mi jefa, que es de su mismo gremio, que no se lo ha tomado a mal el que me haya puesto mala con el geronto-virus. Es que, es algo más que normal en estos centros: había un brote de diarreas y supongo que seguirá igual, porque se suele extender al personal y a otros residentes.

Así que, yo sólo pienso en varias cosas:

1) Que si no me vacunase contra la gripe, me enfermaría 7 veces en lugar de una o dos.
2) Con tanta eliminación (catársis corporal, casi como un exorcismo) he perdido casi 3 kg y se me va a quedar un tipín ideal para lucir modelitos en Navidad.
3) Que los animales domésticos, aunque no nos atiendan, sí que saben cuándo estamos enfermos: mi gato la noche del martes no se movió de mi cama, estuvo toda la noche ahí como un centinela y mirándome cada vez que me despertaba. Yo creo que ya le falta hablar para que sea una persona.
4) Me he visto unas cuantas películas...

5) Enfrentaré la semana el martes con energías, si es que no me vuelve a atacar el geronto-virus.

Besos y feliz puente!"!!

lunes, 1 de diciembre de 2008

Un taller de Autoestima


Se me ocurrió un día ocupar unas horas que debía al centro, ya que tuve que faltar porque me salió una clase en un Máster, del cual aprecio considerablemente al Director y a los demás coordinadores, me gusta su filosofía y además, la secretaria es amiga personal (y luego pagan muy bien y todo!!). ¿Cómo ocupar esas horas? Con un taller de autoestima para los residentes con mayor nivel cognitivo.

Se me ocurrió que se podía explicar qué era la autoestima, poner un cuento o una historia de ejemplo, o escribir algo relacionado con ello. Incluso un test de autoestima, ¿por qué no?. Había que darle forma a todo ello y entonces lo planifiqué.

El primer paso fue explicar qué era la autoestima, y con lo que decíamos ver si nosotros teníamos autoestima alta o baja, si nos poníamos las metas muy elevadas y por eso nos frustraba no conseguirlas, pensar que es por la meta, no por nosotros, si nos queremos, si no nos queremos... Más de una residente se identificó en esas categorías, y la verdad me sorprendió cómo coincidían las descripciones propias con lo que yo conocía de cada una de ellas.

Después, para ilustrarlo, se me ocurrió leerles un cuento tradicional de Tailandia, el de “la pequeña luciérnaga”, que es este:

(encontrado en http://www.casaasia.es/)

¿Por que la pequeña luciérnaga no quería salir a volar por las noches y mostrar su maravillosa luz? La luna tiene parte de culpa, pero gracias a esta historia, nuestra pequeña amiga aprenderá que cada uno tiene que brillar con su propia luz.

Había una vez una comunidad de luciérnagas que habitaba el interior de un gigantesco lampati, uno de los árboles más majestuosos y antiguos de Tailandia. Cada noche, cuando todo se volvía oscuro y apenas se escuchaba el leve murmurar de un cercano río, todas las luciérnagas salían del árbol para mostrar al mundo sus maravillosos destellos. Jugaban a hacer figuras con sus luces, bailando al son de una música inventada para crear un sinfín de centelleos luminosos más resplandeciente que cualquier espectáculo de fuegos artificiales.

Pero entre todas las luciérnagas del lampati había una muy pequeñita a la que no le gustaba salir a volar.

- No, hoy tampoco quiero salir a volar -decía todos los días la pequeña luciérnaga-. Id vosotros que yo estoy muy bien aquí en casita.

Tanto sus padres como sus abuelos, hermanos y amigos esperaban con ilusión la llegada del anochecer para salir de casa y brillar en la oscuridad. Se divertían tanto que no comprendían por qué la pequeña luciérnaga no les quería acompañar. Le insistían una y otra vez, pero no había manera de convencerla. La pequeña luciérnaga siempre se negaba.

-¡Que no quiero salir afuera! -repetía una y otra vez-. ¡Mira que sois pesados!

Toda la colonia de luciérnagas estaba muy preocupada por su pequeña compañera.

-Tenemos que hacer algo -se quejaba su madre-. No puede ser que siempre se quede sola en casa sin salir con nosotros.

-No te preocupes, mujer -la consolaba el padre-. Ya verás como cualquier día de estos sale a volar con nosotros.

Pero los días pasaban y pasaban y la pequeña luciérnaga seguía encerrada en su cuarto.

Una noche, cuando todas las luciérnagas habían salido a volar, la abuela de la pequeña se le acercó y le preguntó con mucha delicadeza:

-¿Qué es lo que ocurre, mi pequeña? ¿Por qué no quieres venir nunca con nosotros a brillar en la oscuridad?

-Es que no me gusta volar-, respondió la pequeña luciérnaga.

-Pero, ¿por qué no te gusta volar ni mostrar tu maravillosa luz? -insistió la abuela luciérnaga.

-Pues... -explicó al fin la pequeña luciérnaga-. Es que para qué voy a salir si nunca podré brillar tanto como la luna. La luna es grande, y muy brillante, y yo a su lado no soy nada. Soy tan diminuta que en comparación parezco una simple chispita. Por eso siempre me quedo en casa, porque nunca podré brillar tanto como la luna.

La abuela había escuchado con atención las razones de su nieta, y le contestó:

-¡Ay, mi niña! hay una cosa de la luna que debería saber y, visto o visto, desconoces. Si al menos salieras de vez en cuando, lo habrías descubierto, pero como siempre te quedas en el árbol, pues no lo sabes.

-¿Qué es lo que he de saber y no sé? -preguntó con impaciencia la pequeña luciérnaga.

-Tienes que saber que la luna no tiene la misma luz todas las noches -le contestó la abuela-. La luna es tan variable que cada día es diferente. Hay días en los que es grande y majestuosa como una pelota, y brilla sin cesar en el cielo. Pero hay otros días en los que se esconde, su brillo desaparece y el mundo se queda completamente a oscuras.

-¿De veras hay noches en las que la luna no sale? -preguntó sorprendida la pequeña luciérnaga.-Así es -le confirmó la abuela. La luna es muy cambiante. A veces crece y a veces se hace pequeñita. Hay noches en las que es grande y roja y otras en las que desaparece detrás de las nubes. En cambio tú, mi niña, siempre brillarás con la misma fuerza y siempre lo harás con tu propia luz.

La pequeña luciérnaga estaba asombrada ante tal descubrimiento. Nunca se había imaginado que la luna pudiese cambiar y que brillase o se escondiese según los días. Y a partir de aquel día, la pequeña luciérnaga decidió salir a volar y a bailar con su familia y sus amigos. Así fue como nuestra pequeña amiguita aprendió que cada uno tiene sus cualidades y, por tanto, cada uno debe brillar con su propia luz.

FIN


Hicimos comentarios sobre el cuento, llegando una residente a la conclusión de que la luciérnaga tenía “un tremendo complejo de inferioridad”, sorprendente porque dio en el clavo de lo que sucedía en el cuento. También dijo otra residente que esta luciérnaga se había “puesto el listón demasiado alto”, porque una luciérnaga no deja de ser un insecto y la luna, al fin y al cabo, es un astro. Que tendría que compararse con las demás luciérnagas, pero mejor no hacerlo. Unas respuestas muy interesantes, para que luego digan que las personas mayores tienen alterado el razonamiento y no son creativas: yo lo dudo, a veces están más que inspirados.

Y pasamos a la parte más activa, en la que los residentes hablaban sobre ellos mismos. Como el cuento hablaba de brillar, repartí unas hojas con un sol con 8 rayos y en la esquina inferior derecha una luna más pequeña. El sol era cómo brillábamos nosotros, y en cada rayo había que escribir una cualidad física o moral, sobre nosotros; y en la luna escribíamos lo que los demás decían de nosotros.

En los rayos había cualidades como: religiosa, buena vista, buen oído, buen apetito, pelo bonito, alegre, me gustan los niños, comprensiva, trabajadora, culta, etc. Y como este grupo estaba cohesionado y se conocían entre ellas, podían hablar unas de otras en sentido positivo.

(Esta es la hoja con la que trabajamos, he puesto mi propio trabajo).

Al final de la actividad, las personas supieron que tienen cualidades positivas y que hay que tenerlas en cuenta; y que todos, todos, todos, tenemos limitaciones, no sólo físicas, que tenemos que compensar con nuestras mejores cualidades.

Se lo pasaron muy bien, y hasta las más pesimistas se convencieron de que tienen grandes cualidades. Espero que la "magia" dure mucho tiempo.

¿Realmente son como niños? Yo tengo una que sí apoya esta teoría (aunque nunca me la he creído).

Entre 90 residentes hay perfiles y formas de ser muy variopintas, y procedencias de muy diversos entornos socioculturales. Tenemos gente urbana, rural, universitaria, con escolarización básica, con buen carácter, con mal carácter, quejicas, espartanas... Entre ellas, hay una en concreto, Rocío, que tiene el comportamiento más infantil; así, concuerda con el tópico de que los mayores se vuelven como niños. Tópico con el que no estoy de acuerdo y jamás lo he estado.

Rocío tiene la habitación en la misma puerta del pasillo. Es una mujer menuda, que siempre está depié porque tiene un problema con su cadera que le dificulta permanecer mucho tiempo sentada. Suele demandar atención de todo el personal por un sencillo motivo: quiere ser siempre la primera en todo. No tolera cosas como que ella sea la tercera en que se le lleve al cuarto de baño, o que haya residentes arreglados y aseados por la mañana y que ella no esté arreglada a esas horas. Y ayer tuvo que esperar a que saliera otro residente del cuarto de baño y no hacía otra cosa que increparle metiéndole prisa para que saliera cuanto antes.

Todas las mañanas, cuando no se le ha lavado antes de las 9, sale a la puerta de la habitación, con la redecilla en el pelo para no estropear el peinado, con la ropa escogida colocada sobre el andador, vestida con el camisón y la bata, y pidiendo a todo el que pase que le arreglen que no es justo que tenga tanto que esperar. Quejas, quejas y quejas.

Cuando llega el momento del baño, no quiere nunca que le laven la cabeza, porque dice que ve cada vez peor de todo el jabón que le echan en los ojos, que hay que ser más cuidadoso cuando a ella se le bañe. Que con la esponja le frotan demasiado fuerte y un día de estos le van a arrancar la piel. O que al ponerle las medias de compresión le están retorciendo las venas y le van a cortar la circulación de la sangre.

Cuando se le baña, Rocío es un mar de quejas, que las da, en su línea infantil, lloriqueando y haciendo pucheros, y recalcando lo malas que son todas las auxiliares y lo brutas que son con ella. Eso es totalmente falso, porque no tengo compañeras brutas ni malas; ellas realizan su trabajo correctamente y una de sus funciones es asear al residente.

Otro comportamiento infantil de Rocío es cuando quiere ser la primera en entrar al comedor, y desde casi media hora antes ya está en la puerta como un centinela. Eso sí, todo lo quejica que es con la atención, que siempre está con que no le atienden, con que ella no se sienta porque luego nadie le levanta, luego es muy agradecida con la comida. Todo le gusta, todo le parece bien y siempre que le dicen qué hay de menú ella está encantada con cualquier plato que pongan. Eso sí, el sueño se acaba cuando se queja de que no le dan las pastillas y que por qué se lo tienen que dar la última.

Como su comportamiento es predecible, sabemos cómo manejar sus quejas. Pero si es infantil para lo malo, también lo es para lo bueno. El día de su cumpleaños se paseó con una enorme caja de bombones y a todos nos iba ofreciendo, y nos hacía que nos comiéramos dos o tres porque estábamos todos “muy flacos y nos hacía falta algo de energía”. Justo ese mismo día falleció su compañera de habitación en el hospital, pero no le informamos hasta pasados dos días para no estropearle la celebración. Y para ella su cumpleaños es algo muy importante.

Sí, es cierto, Rocío tiene un comportamiento muy infantil, pero es la única de entre 90, no teniendo diagnóstico de demencia y consecuente involución. ¿Alguien que me desmonte la teoría de que los mayores son como niños?

Ya publicaré alguna entrada desmontando el tópico.

Alijos y arsenales: cuando les da por acumular, y acumular, y acumular...

Se dice que muchas personas mayores han sufrido apuros económicos y en ciertos momentos han pasado mucho hambre. Cuando existe un deterioro cognitivo, las personas se obsesionan con ideas irracionales que no son capaces de desterrar de su pensamiento. Una de ellas es acumular, no sólo objetos, sino comida e incluso basura, tanto en bolsos como en armario.

Entre nosotros tenemos que tener especial interés en dos mujeres que llenan el bolso con todo lo que ven: galletas, pan, esponjas, pañuelos de papel, botellas de agua vacías, etc. Les sienta muy mal que alguna auxiliar les vacíe el bolso, aunque antes se están quejando de que sus bolsos pesan mucho y que quién será el desalmado que se los carga para que les duela la espalda.

También hay otras dos mujeres que tienden a llevarse la ropa de otros residentes, remarcándoles en la etiqueta con su nombre. Este perfil acumulador les hace que mezclen ropa limpia con sucia, incluso con pañales limpios y usados: el caso es tener los cajones llenos. Al ser personas con problemas cognitivos y ver que falta ese stock de ropa que habían acumulado, montan en cólera creyendo que se lo hemos robado, cuando lo que se ha hecho es llevarlo a lavar para repartirlo a las personas a las que se les habían extraviado esas prendas.



¿Cómo evitaríamos esas situaciones? Primero, previniendo que no saquen nada de los comedores: el pan es inofensivo, salvo que se lo tiren a la cabeza de alguien cuando ya está duro, pero es peor quien se lleva el cuchillo. También se suelen llevar la pieza de fruta que no toman, pero que se olvidan de tomar y que posteriormente se pudre en un cajón de su armario.

La medida más radical con los acumuladores ha sido pedir a la familia que se lleve lugares potenciales de almacenaje: una residente tenía una maleta grande en el altillo del armario donde guardaba toda la ropa sucia y limpia que encontraba. Y también se les revisa periódicamente los armarios y los bolsos a los residente problemáticos con esas cuestiones. Incluso a otras dos se les ha cerrado el armario con llave durante el día para evitar que acumulen o saquen ropa y la mezclen con basura.

Es un tema complicado, porque no siempre aceptan el poder ir a su habitación a hacer uso de sus pertenencias, pero es por un tema de facilitar el trabajo y la convivencia en el centro. No es plato de gusto que a cualquier residente le roben ropa y que otra persona aparezca con ella puesta, o peor aún, se manche de cualquier "cosa".