Buenas noches, blogueros!!
Si hay algo que mi madre me echa en cara frecuentemente es que hablo con un volumen de voz un poco alto; siempre me dice que baje la voz porque no estoy "rodeada de ancianitos" ni "dando clase". Y que es algo común en los que trabajamos con mayores: que como los mayores tienen su presbiacusia y no nos oyen bien, hay que hablar más alto.
Tengo unas preguntas: ¿O es que no nos entienden? ¿O que, quizá, voluntariamente, no quieren oír o escucharnos? ¿Se hacen los sordos?
Y ahora el caso real: Beatriz. Es una residente que tiene una considerable hipoacusia, pero que cognitivamente está bien. Tan bien que, a veces, habita en la residencia, y otras se marcha a su casa en autobús. Los primeros días que empecé a conocerla bien, me extrañó que no se quejara de su compañera, pero luego lo comprendí.
Beatriz se escuda mucho en su sordera, sobre todo cuando no quiere oír lo que se le dice: que no se vaya a casa, que duerma en la residencia, que cada vez anochece antes, que en el autobús puede perder el equilibrio y caerse... Cuando ella interpreta que se le está sermoneando dice "no te oigo, qué dices, es que estoy sorda de este oído". Y aunque se le repita una y otra vez, nada, imposible... Oye poco, pero lo magnifica según el contenido de la conversación. Por no hablar de cuando monologa, monologa, monologa, y que habla a toda velocidad, y nadie puede intervenir en su conversación-monólogo.
¿Solución? Poca. Sigue en sus trece: marchándose a casa, regresando, como si la residencia fuera un hotel, y desoyendo sus consejos. No podemos ponerle un GPS por si se pierde. Y, la verdad, hemos claudicado con ella.
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