Hoy en día tener un mayor dependiente en casa supone un gran quebradero de cabeza. Pensamientos como aprovechar los recursos que tenemos, la culpabilidad que nos lleva al cuidado con abnegación de la persona (*Alumnos!! Esto fue pregunta de examen!!), valorar qué es lo más necesario, qué es lo que económicamente la familia se puede permitir, etc. son habituales en muchas familias españolas.
En este momento me encuentro en disposición de defender el recurso comunitario en el que trabajo: una Residencia Geriátrica. Por fortuna se está cambiando la imagen que se tenía de las residencias, aunque hay todavía hechos lamentables como residencias con numerosas denuncias por negligencias y mala praxis que dañan la imagen de los centros como un todo global y que salpica a los profesionales que intervienen.
Una residencia no tiene por qué ser triste, aunque el mayor esté separado físicamente de su familia. Un mayor dependiente no puede ser objeto de comentarios como "qué penita, pobrecito" porque en un centro con personal cualificado está bien atendido. O también comentarios que desprestigian la labor de los profesionales.
Pues bien, los familiares son familia, aportan cariño, apoyo, amor y dedicaciones a su mayor, pero no son profesionales del campo; los profesionales somos lo que somos, y podemos tratar también con cariño a los mayores. Ambos, profesionales y familia, son necesarios para el desarrollo personal del mayor en una residencia, y la comunicación entre ellos tiene que ser lo más fluida posible. Muchas veces las familias interpretan de forma errónea los delirios, el que la señorita no se pare las 100 veces que el residente demanda su atención, el que el técnico desaconseje la salida del centro en Navidad, etc. Algunos se consideran atacados si ven que estas situaciones no se solucionan a su manera, pero ahí está la labor del profesional para aconsejar, desmitificar y ayudar a percibir la realidad de la forma más objetiva posible. Los profesionales debemos ayudar a la familia en todo lo que sea posible, pero siempre cada uno en su espacio y sin invadir el del otro.
Cuando existe esa comunicación fluida, se resta importancia a aquellas situaciones, o se les da la que merecen; se quita la residencia el estigma que tiene de centro triste y aburrido, y se mejoran las relaciones entre el centro y la familia.
Las residencias no son un "aparca-mayores", sino que son Centros Sociosanitarios en que se prestan las atenciones a las personas mayores dependientes en función de su grado de independencia funcional (*ya salieron las palabrejas de mi Tesis*). De hecho, muchos mayores que vivían en casa y que no recibían los cuidados necesarios han mejorado notablemente al estar al cargo de profesionales de la gerontología: un diagnóstico acertado, un tratamiento adecuado a su patología, mejora de su independencia, mejora de su estado de ánimo al no estar aislado socialmente, mejora de su movilidad al recibir tratamiento del Fisioterapeuta... Muchas familias, pasado el momento duro de dejar al mayor en una institución, lo reconocen.
Los familiares y sus situaciones merecen varios capítulos, porque las hay de lo más rocambolesco. Así como de lo que sucede en las residencias.
Yo defiendo la existencia de residencias para personas mayores dependientes, no tanto para personas que no lo son, para las que existen otros recursos como los pisos tutelados, la ayuda a domicilio o los centros de día. La relación coste-beneficio es muy buena, ya habrá momento de calcularla... Luego la adaptación del mayor al centro es otro cantar.
No existe el centro ideal, y hay muchas opciones. Sólo necesitamos elegir la que más nos guste y más se adapte a nuestras necesidades.
Buenas noches y buen fin de semana a todos.
Elena
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