Recién llegada de un taller de Reminiscencia, seguí recordando hechos, y entre ellos una actividad de esas que quedan tan bien que sólo faltaba enmarcarla. Fue hace más de dos años, cuando trabajaba en otro centro en el que había residentes muy autónomos y que empezaban a darse cuenta de sus limitaciones, que eran vividas como auténtica tortura y tenían un importante sentimiento de inutilidad.
Se me ocurrió pensar que nunca somos 100% libres, sino que hay otro tipo de limitaciones que no son las físicas a lo largo de nuestra vida, y que según evolucionamos van cambiando. Eso quería hacerles ver, y les propuse reflexionar sobre su trayectoria vital y la de la gente de su generación.
El punto de partida fue que tenían que reconocer que de pequeños también estaban limitados, y que no sólo hoy de mayores nos limita el tema de la salud. Y que todos individualmente tenemos puntos fuertes y puntos débiles.
Las residentes reflexionaron sobre su infancia, entre los 8 y los 12 años, en que las condiciones de vida sociales y económicas eran mucho más duras que hoy en día, y si además se tenía alguna enfermedad, se ampliaban y se multiplicaban. Muchas no iban a la escuela, la habían abandonado o tenían que trabajar; otras estaban internas en colegios o vivían separadas de su familia. Además, en su generación tenían unas normas muy rígidas y un exceso de religiosidad, todo era pecado, y a los niños no les explicaban lo que sucedía, porque eso eran “cosas de mayores en las que no se pueden meter los niños”.
Reconociendo esas limitaciones, se les pidió que dijeran cómo resolvían esas limitaciones cuando no hay solución aparente, es decir, cuando no se puede cambiar la situación y hay que cambiar el modo de vivirla.
· No ir al colegio para ponerse a trabajar: una de ellas agradeció que su madre le metiera tan pequeña en un taller de sastrería, porque con el tiempo aprendió lo que fue su profesión, que luego llegó a desempeñarla en el taller de un importante modisto.
· La que fue al internado no veía apenas a su familia, pero reconoció que dejaba volar mucho su imaginación, hasta el punto de inventarse historias y narraciones que luego contaba a sus compañeras, o también de escribir poemas.
· Otra residente comentó que tanta norma y tanta rigidez le hacían estar como en una burbuja, toda despreocupada porque estaba prohibido preguntar. Y que como era una niña y no tenía voz ni voto, en cuanto podía se ponía a jugar e ignoraba lo que había a su alrededor.
· Otro residente vivía como un suplicio el exceso de religiosidad, hasta el punto que desarrolló un excelente sentido del humor: se dedicaba en la misa a reírse de lo mucho que le brillaba la calva al cura, o de las plumas de los sombreros que llevaban a misa las señoronas potentadas de su barrio. Otra era especialista en contar historias truculentas al sacerdote en la confesión, y que se pasaba el día haciendo penitencia.
· A todos les vino encima la Guerra Civil, y aprendieron a no pensar, a luchar por su supervivencia y a resisistir situaciones dolorosas, a sacar fuerzas de donde no las hay. A esto los psicólogos lo llamamos Resiliencia.
· Como muchas no comprendían lo que sucedía, nadie les explicaba, decidieron por sí solas aprender de la vida; otras reconocían que alguien tendría que haberles informado para evitar sorpresas.
· Y que la falta de recursos agudiza la creatividad y el ingenio: no había dinero para juguetes y se los fabricaban.
Al final comprendieron que no teniendo limitaciones de salud, sus limitaciones se centraban más en aspectos de tipo social, aunque ahora tengan de ambas, por los achaques y por los que se sienten abandonados por vivir en una institución.
Eso sí, antes cuando se hacía alguna trastada los castigos eran muy duros, y los padres eran muy severos. Mi abuela materna (qepd) que era modista de profesión, tuvo la vocación desde pequeña, que cualquier trozo de tela que encontrase (pañuelos y servilletas incluidas) le servían de material para vestir a sus muñecas haciendo los cortes oportunos o para practicar el bordado. Le cayeron unas cuantas broncas por cortar más de un pañuelo y por bordar en alguna prenda de vestir.
Hoy, simplemente diríamos, "angelito...", antes caía una buena.
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